Yo Soy Lajas

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Don Arturo M Dávila Salgado

Nace Don Arturo Manuel Dávila Salgado en Arecibo el 22 de marzo de 1881, hijo de Don Emilio Dávila y doña Manuela Salgado Martín. Descendiente de una vieja familia con raíces en los pueblos de Bayamón y Vega Baja.

De Arecibo, la familia se muda al pueblo de Ciales donde Arturo pasó su niñez y adolescencia, ya joven fue enviado a Nueva York. Allí asistió a la Academia privada católica Santa Ana para cumplir con los requisitos de escuela superior de entonces y aprender inglés, ya que necesitaba conocer el idioma para su futura profesión.

En Nueva York conoció a don Luis Muñoz Rivera con quien trabajó varios años en la redacción del periódico Puerto Rico Herald, editado en inglés y en español. La amistad entre ambos compatriotas se afianzó hasta la muerte de don Luis.

Don Arturo estudió su carrera de farmacia en la Universidad de George Washington, antes Universidad Nacional, en Washington, D.C., capital de Estados Unidos. Fue parte de aquel primer grupo de puertorriqueños que fueron a estudiar a Estados Unidos, entre los que se encontraban ilustres jóvenes que luego sirvieron al país en la vida pública.

Fue en la ciudad de Washington donde don Arturo conoció a la señorita Juanita Rivera Porrata, natural de San Germán. Regresó a Puerto Rico ya graduado y contrajo matrimonio con doña Juanita en la ciudad de San Germán, procreando cinco hijos que responden a los nombres de: Emilio Augusto, Alice Elena, Elisa Cruz, Consuelo Alsasia y Enid Guillermina Dávila Rivera.

Para aquel entonces, existía en Palmarejo el Instituto de Agricultura, Artes y Oficios dirigido por don Juan Cancio Ortiz. Don Arturo vino a visitar unos alumnos de Ciales que estudiaban en dicho centro de enseñanza y así nació la idea de establecerse en Lajas, que en esos días no tenía médico ni boticario porque ambos se habían mudado de pueblo. Desde entonces Lajas se convirtió en el pueblo de don Arturo.

Don Arturo siempre estuvo muy interesado en la educación y en el servicio desinteresado a sus semejantes. Siendo miembro de la Junta Escolar del pueblo consiguió que el municipio construyera la primera escuela en el sector Maguayo del barrio Palmarejo y un maestro para dar clases. Ese fue el principio del conjunto de escuelas con que cuentan hoy los sectores Maguayo y Olivan del Barrio Palmarejo.

Con el paso del tiempo, la necesidad del pueblo por médicos se hizo estable; éstos iban y venían y el farmacéutico se vio obligado a convertirse en médico, boticario y practicante de cirugía de toda la comunidad. La gente campesina, especialmente, tenía más fe médica en el boticario que en los médicos, así que primero venían a él y luego al médico que el boticario les indicaba. La escasez de médicos en los pueblos pequeños era mayor que ahora. Esta situación y otras obligan a don Arturo a precursar el establecimiento del primer hospital en Lajas.

Don Arturo no sólo era boticario sino también hombre de letras. Su botica Amparo fue el centro de tertulias de la gente del pueblo en su época. Su biblioteca estaba a la disposición de todos los estudiantes que acudían a él. Este hombre sencillo, desinteresado, liberal, compasivo y generoso, era un creyente de la hermandad entre todos los seres humanos, eso que tanto se predica ahora pero que él lo practicó. Le sirvió a Lajas por muchos años ayudando a los enfermos y hasta salvando vidas desahuciadas; también fue uno de los defensores del ambiente en estas regiones. Escribió muchos artículos en los periódicos defendiendo los bosques y manglares del litoral de la Parguera porque los destruían para hacer carbón; también defendió la Laguna Cartagena y sus aves. Don Arturo quiso mucho a Lajas, adoraba sus campos tan bonitos. Las lomas le recordaban las tierras de Ciales y como hombre de la montaña sentía una gran atracción por la belleza en La Parguera. En sus versos recordó muchas cosas de este pueblo.

Ha pasado más de medio siglo de su muerte; muchos no lo conocieron y muchos lo han olvidado, pero en el agradecido corazón de muchos campesinos, que a orgullo tienen serlo, todavía está el recuerdo de aquel servicial boticario que murió pobre cuando pudo haber muerto millonario. Fue millonario de grandes valores que muchos de este tiempo ni siquiera conocen. El no nació para acaparar dinero sino para compartir con los demás. Ojalá que en los lajeños de hoy nazca y se afirme el espíritu de servicio, cooperación, hombría de bien, amor y respeto a Dios, que tuvo este cialeño que prefirió establecerse en nuestro Lajas para derramar todos sus conocimientos en beneficio de toda nuestra comunidad.

Fue declarado Hijo Adoptivo de Lajas mediante resolución en el año 1936. Aquí vivió hasta su muerte ocurrida el 12 de junio de 1940 y por deseo expreso, ambos esposos están enterrados en suelo lajeño.

En su epitafio se leen las siguientes palabras:

Vine al mundo para amar
y amando siempre viví;
mi alma no supo odiar,
dejadme ahora descansar
por todo lo que sufrí.


Es menester indicar que por resolución de la Asamblea Municipal de Lajas y aprobada por la Comisión Nominadora de Estructuras y vías Públicas*, el hospital de Lajas lleva el nombre de este destacado Hijo Adoptivo lajeño.

* Esta comisión está adscrita al Instituto de Cultura Puertorriqueña y es responsable de darle nombre oficial a las estructuras y vías públicas del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
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