Yo Soy Lajas

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Don Juan Cancio Ortiz

Pionero de la Enseñanza Tecnológica En Puerto Rico

(Una Estampa Puertorriqueña)

A don Juan Cancio Ortiz, oriundo de un barrio de Lajas, ¿quién lo conoce como uno de los precursores de la enseñanza tecnológica en Puerto Rico? En la afirmativa, quizá si podrían contestar algunos intelectuales, y aquellos estudiosos de la incepción, desarrollo e historia del sistema educativo puertorriqueño. Pero no muchos más.

La población madura de la región suroeste de Puerto Rico puede recordar a don Juan Cancio Ortiz como rico agricultor y comerciante, o como líder cívico de afable disposición, siempre interesado, más bien deseoso, de ayudar al prójimo.

Para las nuevas generaciones, el nombre de Juan Cancio Ortiz no registra nota de reconocimiento alguno como educador. El nombre no puede, tampoco, evocar recuerdos de que su homónimo estuviera en forma o manera alguna asociado con la enseñanza en Puerto Rico.

El aspecto que se desea destacar en los apuntes biográficos que se ofrecen más adelante, es sobre el interés de don Juan Cancio Ortiz en educarse por su propio esfuerzo, así como su imperecedero empeño en que las jóvenes generaciones tuvieran amplias oportunidades de estudiar según las vocaciones con las que estuvieran mejor identificadas. El fue un autodidacta impulsivo. Nunca le abandonó el amor a la lectura, y vivió siempre preocupado por que la niñez tuviera a su alcance aquellas facilidades de estudio y preparación académica que a él le faltaron.

Don Juan Cancio Ortiz es el arquetipo del puertorriqueño que venciendo miles de dificultades y limitaciones propias de su época, era ya hombre de provecho para cuando aconteció el cambio de soberanía en Puerto Rico.

Es un auténtico representante de la población adulta que asistió, sorprendida y perpleja, a históricos acontecimientos cuyo verdadero significado no podía captar en su justa dimensión. No podía, tampoco, aquella generación ni siquiera vislumbrar el efecto casi inmediato que se operaría en el estilo de vida que imperaba en la Isla.

Haciéndole un reconocimiento a don Juan Cancio Ortiz, se le rinde, al mismo tiempo, un merecido homenaje a toda aquella generación.

Muchos hombres y mujeres de la misma reciedumbre y fibra moral de don Juan Cancio Ortiz, diseminados en todas las poblaciones de Puerto Rico, contribuyeron a forjar el carácter y la personalidad del pueblo puertorriqueño que las tropas norteamericanas encontraron a su arribo a la Isla hacia fines dé julio de 1898.

Don Juan Cancio Ortiz fue siempre un ciudadano sin tacha; un ejemplar padre de familia y celoso guardián de los hábitos sanos y de las buenas costumbres. Ecuménico en religión, favorecía la más completa libertad de cultos por considerarlos a todos como salvaguardias de la moral, del compañerismo y del amor al prójimo.

En política, siempre fue republicano. Le profesaba gran admiración al doctor José Celso Barbosa, cuya amistad se esmeraba en cultivar. Otros líderes prominentes del Partido Republicano como don Manuel F. Rossy, el licenciado José Tous Soto y el licenciado Leopoldo Feliú lo visitaban con frecuencia y le consultaban sobre los sucesos que ocurrían en el país. Cuando se realizaban actividades políticas del Partido Republicano en Mayagüez, Lajas, San Germán y poblaciones limítrofes, siempre se gestionaba la participación de don Juan Cancio Ortiz, no como orador ni activista político, sino como organizador y hombre de innumerables relaciones en toda aquella región de la Isla.

Había desarrollado, también, una estrecha amistad con don José de Diego, respetándose siempre las mutuas discrepancias ideológicas que cada cual profesaba. Don Juan Cancio Ortiz aspiraba a que Puerto Rico se convirtiera en un estado federado. En caso de que ello no fuera posible, defendería entonces, al igual que don Rafael Martínez Nadal líder de su partido, la independencia política de Puerto Rico.

Por los méritos que le reconocemos a don Juan Cancio Ortiz como ser humano, y extractando datos contenidos en archivos oficiales, y de extensa documentación personal celosamente custodiada por familiares y amigos, se reseña de inmediato la vida de trabajo y estudio incesante de este distinguido puertorriqueño.

Antecedentes Familiares

Juan Cancio Ortiz nació el 19 de octubre de 1854 en el barrio Candelaria, ubicado dentro del límite territorial que más adelante se adjudicaría al municipio de Lajas.

Fueron sus padres Juan de la Paz Ortiz y doña Juana de Lugo y Olanda. Juan Cancio fue el octavo de nueve hijos procreados en el matrimonio. La familia paterna procedía de la provincia de Extremadura, la materna de la provincia de Lugo, en España.

La familia vivió siempre en un nivel de estrechez y pobreza, rigores que sobrellevo con decoro y profundo sentido de dignidad, Nobleza de sentimiento e implacable rectitud fueron las características de la familia. Esta virtudes se las trasmitirían a su prole.

Don Juan de la Paz exigía respeto, disciplina, obediencia y sanos hábitos a sus hijos. No transigía en el ocio, y si alguno de sus hijos terminaba la tarea que se le había asignado, debería ayudar a sus otros hermanos o prestarle servicios gratuitos a vecinos y amigos.

A las mujeres, según las exigencias de don Juan, se les dezia respeto y deferencias en grado sumo. Fue en ese ambiente de trabajo, de vicisitudes, de ayuda cristiana al vecino, de profundas convicciones religiosas, que don Juan levantó su familia.

Juan Cancio perdió a su madre a los cuatro años de edad; ocho años más tarde perdería a su padre. La familia quedaría a cargo de los hermanos mayores. Las hembras atenderían a los quehaceres domésticos, mientras que los varones se ocuparían de proveer para alimentación y otras necesidades. Este patrón de sucesión domestica era frecuente en Puerto Rico para aquella época, ya que la expectativa de vida raras veces excedía del medio siglo.

Niñez de Juan Cancio

Juan Cancio perdió a su madre a los cuatro años de edad; ocho años mas tarde perdería a su padre. La familia quedaría a cargo de los hermanos mayores. Las hembras atendería a los quehaceres domésticos, mientras que los varones se ocuparían de proveer para alimentación y otras necesidades. Este patrón de sucesión domestica era frecuente en Puerto Rico para aquella época, ya que la expectativa de vida raras veces excedía del medio siglo.

Juan Cancio, a los doce años, en 1866, había sido adiestrado en las faenas agrícolas más rudimentarias. Bajo tutela paterna, el niño se ocupaba en llevar almuerzo y agua a los hermanos que trabajaban en fincas cercanas. Cuidaba de las aves de corra!, pastoreaba cabros y becerros. Debería, además, mudar de sitio a los caballos para que pastaran en hierba fresca. Hacía un diario recorrido por la finca de su padre recogiendo frutas y hortalizas para la mesa diaria.

Su padre le había exigido que toda tarea acometida tendría que cumplirse. No podían atenderse simultáneamente dos trabajos. En cierto sentido, instintivamente, el progenitor de la familia era un estricto disciplinario a la vez que un fastidioso perfeccionista.

A pesar de que siempre estaba ocupado, Juan Cancio había aprendido a leer. Cobró temprana afición, además, a las elementales operaciones de números que estaban al alcance de sus mayores o vecinos de la familia. Se le hacía difícil obtener material de lectura, y al conseguir una Biblia, la leía con tanto interés que llegó a memorizarse una buena parte de los textos bíblicos. Podía, a la menor provocación, recitar los salmos, en cuya enunciación enfatizaba aquellos pasajes que consideraba más aleccionadores o de más rigurosa aplicación a desviaciones de conducta o a pecados capitales.

Ansias de Progreso

En busca de mayores horizontes, a la edad de 17 años, Juan Cancio decidió independizarse. Se trasladó a San Germán para trabajar en el comercio. Ya en esta población, para su íntimo deleite, se le hacía más fácil obtener material de lectura, afición que le acompañaría hasta los últimos días de su vida.

El trabajo en tiendas y almacenes, a la usanza de la época, exigía que los dependientes durmieran en la trastienda, mientras que la familia de los dueños proveía alimentos para empleados y sirvientes.

La paga era exigua, pero Juan Cancio, con hábitos de frugalidad bien arraigados, se las ingeniaba para economizar casi todo el jornal que recibía.

No tardó mucho Juan Cancio en ganarse la confianza de gestores y propietarios en los diferentes ramos comerciales en que trabajó en San Germán, y para saciar aspiraciones mercantiles, a la edad de 20 años se trasladó a la vecina población de Mayagüez. En 1874 los principales comercios de Mayagüez eran dominado por los europeos.

Inversiones en tierra y comercios

Juan Cancio prosperaba en el comercio. Sus ahorros los invertía en la adquisición de tierras, recurso natural que se conseguía entonces a precios que hoy nos parecen ridículos.

Ya frisando en los treinta años, Juan Cancio decidió trabajar por su cuenta. Estableció su primer comercio en el Barrio Palmarejo. Reclutó a dos sobrinos como sus socios comerciales. Simultáneamente, abrió otra tienda en Lajas.

En estas empresas comerciales, Juan Cancio contaba con el apoyo y crédito virtualmente ilimitado de las firmas de Mayagüez para las que había trabajado.

Debido a la experiencia adquirida en distintas actividades agrícolas, procesos en los que había intervenido desde niño, Juan Cancio decidió vender sus establecimientos comerciales para dedicarse exclusivamente a la agricultura. Tenía siembras de caña, fincas de café y de ganado. Prosperó como agricultor al administrar sus propiedades con el interés y eficiencia que siempre le habían caracterizado.

Para la fecha de la invasión de las tropas norteamericanas, don Juan Cancio Ortiz, a los 44 años, era un agricultor próspero, a la vez que consecuente benefactor de la gente necesitada. Había desarrollado cualidades de discreto liderazgo y se le apreciaba en todas las esferas sociales de Lajas, San Germán y Mayagüez.

Beneficios del cambio de soberanía

A consecuencia de la invasión, y en el curso de los años subsiguientes, se favoreció, oficialmente, la intensificación del cultivo de la caña como primer paso para propiciar una moderna producción de azúcar. Sin que le costara sacrificio ni trabajo alguno, el cambio de soberanía contribuyó decisivamente a a acrecentar la incipiente opulencia de don Juan Cancio Ortiz. Las tierras que había adquirido por bagatelas, multiplicaban su valor de acuerdo con la nueva política agraria del^ gobierno dirigido por norteamericanos.

Conflictos Internos

Como resultado de sus lecturas, a don Juan Cancio Ortiz le fue fácil prever que la instrucción académica a las futuras generaciones sería elemento indispensable en el nuevo y progresista orden de cosas que se vislumbraba para el país. Se sentía emocionalmente atrapado entre dos fuerzas internas.
Por un lado, se consideraba un privilegiado por haber alcanzado éxito, fortuna y posición en el ambiente en que se desenvolvía. Esa complacencia chocaba con el compromiso que se había impuesto de ayudar a la niñez, a la generación de sus nietos, para que tuviera la oportunidades de enseñanza en distintas ocupaciones y oficios que siempre a él le faltaron.

Instituto de Agricultura de Lajas

Después de mucho cavilarlo, de consultarlo con amigos y colaboradores, en 1906, a la edad de 52 años, don Juan Cancio Ortiz, Presidente del Consejo Municipal de Lajas, propuso la creación del Instituto de Agricultura, Artes y Oficios de Lajas. Argumentando en favor de su propuesta, don Juan Cancio Ortiz declaraba:
"El éxito de nuestra empresa dependerá de nuestros esfuerzos, de la energía y actividad desplegada por nosotros y del tesón con que luchemos... Fijaos que nuestra iniciativa ha de ser secundada noblemente por los hombres generosos de nuestro país y por el pueblo americano.

"Fijaos que sólo por medio de la educación, máxime si esta es agrícola y de artes y oficios, que es lo que más necesita nuestro país, es que nuestro pueblo ha de culminar brillantemente entre los pueblos más adelantados, y que este ha de ser el primer factor para la ansiada consecución de los derechos que la justiciera nación americana habrá de conceder a nuestro pueblo. Pido, pues, compañeros, que sólo miréis las dificultades de esta empresa para vencerlas, y que puesta nuestra fe en el Hacedor Supremo, y nuestra confianza en nuestros propios esfuerzos, luchemos por el éxito de una obra que ha de dar timbres de gloria a Lajas y honor a Puerto Rico".

Además de su natural inclinación a la lectura, al estudio, a la meditación, al intercambio de ideas y al refinamiento de su conducta en todos los órdenes, don Juan Cancio Ortiz se sentía poseído por el empeño de fundar un instituto de agricultura, artes y oficios.

Era un enamorado de la agricultura y sentía que uno de los deleites del ser humano debía dé ser el de sembrar, asistir extasiado al milagro de la germinación de la simiente y cosechar luego, a su debido tiempo, el fruto de la siembra.

Le constaba, no obstante, que el cultivo de la tierra debería de complementarse con la técnica y la ciencia agrícola que se aplicaban en países europeos y americanos. En 1905, la obsesión de fundar una escuela de agricultura seguía bullendo febrilmente en la mente de don Juan Cancio Ortiz. Había estudiado un panfleto sobre el funcionamiento de un colegio tecnológico en Noruega. De ese estudio surgió la inspiración para fijar las líneas generales

Inauguración del Instituto

En 1907, luego de vencer grandes dificultades, el Instituto de Agricultura, Artes y Oficios de Lajas, ubicado en el Barrio Palmarejo inició labores educativas con matrícula de unos treinta estudiantes y facultad de siete profesores.

Amistad con el Dr. Harris

Aproximadamente un año después de la inauguración del Instituto, don Juan Cancio Ortiz trabó estrecha y fructífera asociación con Jarvis William Harris, predicador de la religión presbiteriana que había llegado a San Germán. Para que Harris predicara en Lajas, don Juan Cancio Ortiz construyó una pequeña parroquia en los alrededores del Instituto.

Harris era un educador. De acuerdo con la misión que su iglesia le había encomendado en Puerto Rico, podía fomentar la educación en aquellas poblaciones donde se presentaran las mejores oportunidades. Para ello contaba, de antemano, con el apoyo económico de la Iglesia Presbiteriana Continental.

El doctor Harris se interesó vivamente en el Instituto de Agricultura, Artes y Oficios del barrio Palmarejo. Hizo gestiones y esfuerzos para que pudiera ampliarse en su ubicación original. Sus diligencias a tales efectos resultaron estériles debido a la imposibilidad de conseguir terreno en las colindancias del Instituto.

Una vez convencido de que el proyecto para fundar una escuela no podría desarrollarse en Lajas, el doctor Harris gestionó y obtuvo, a crédito, una finca en Las Lomas de Santa María, en la periferia de la vecina población de San Germán.

Evaluación de un fracaso

Don Juan Cancio Ortiz,, mientras tanto, había llegado a la desalentadora conclusión que ni el municipio de Lajas, ni los circundantes, ni el país, estaban preparados, ni en condiciones económicas, ni en disposición de sostener el Instituto en pleno funcionamiento. No había otra alternativa, según el razonamiento de Don Juan Cancio que incorporarlo al plantel educativo que el doctor Harris se proponía construir en los terrenos obtenidos en San Germán.

Polytechnic Institute of P.R.

Ese nuevo plantel de enseñanza habría de llamarse Polytechnic Institute of Porto Rico. La estructura principal del Instituto de Lajas fue desarmada en piezas. Todos los segmentos de la estructura y los aperos de labranza se colocaron en carretas de bueyes y vagones de ferrocarril para su traslado a San Germán.

Jornada melancólica

Fue aquella una melancólica peregrinación en la que el maderamen y los aperos de labranza usa dos en Palmarejo estuvieron espiritualmente acompañados por las esperanzas de don Juan Cancio Ortiz y sus amigos, de que los sueños de su fundador, filántropo y visionario, habrían de cristalizar en una nueva planta física, como provechosa realidad pata la juventud estudiosa de aquella época.

En un sitio apropiado, en las Lomas de Santa María, nuevamente se erigió aquella histórica edificación. Además de la estructura trasladada a San Germán, tanto la facultad como el estudiantado del Instituto dé Palmarejo quedaron integrados al Politécnico.

Se había, de esta manera, consumado, física y espiritualmente una fusión entre dos planteles educativos. El Politécnico absorbería tanto la estructura material del Instituto como a su elemento humano: facultad y estudiantado. Además de estos factores tangibles, se le trasmitía al Politécnico el valor intangible de los buenos deseos y buena voluntad de don Juan Cancio Ortiz y los de sus muchos colaboradores.

Desde la fecha de su incorporación, 1912, hasta 1917, don Juan Cancio Ortiz fue el primer presidente de la Junta de Síndicos de la naciente institución.
De 1918 en adelante, otras obligaciones cívicas habrían de reclamar el tiempo y las energías de Cancio Ortiz.
Para 1918, había fijado residencia en Mayagüez. Por enfermedad del Alcalde, don Jaime Picó, a don Juan Cancio Ortiz se le designó como Alcalde Interino, incumbencia que coincidió con los devastadores temblores de tierra que causaron tantas muertes y heridos y masivos derrumbamientos de edificaciones. La casa residencia de Cancio Ortiz fue una de las que quedó inhabitable.
La labor de rescate de heridos, y de búsqueda de cadáveres en aquella catástrofe la enfrentó don Juan, en su capacidad de Alcalde Interino, como si se tratara de seres de su propia familia. Este comportamiento le ganó muchas simpatías en el pueblo así como reconocimiento oficial de las autoridades y de los grupos a cargo de labores de salvamento

Más adelante, don Juan Cancio Ortiz trasladó su residencia a Santurce allá para la década de los años 20. Todas las semanas, se trasladaba a Mayagüez, Lajas y San Germán a supervisar sus fincas de café, caña y ganado. Cambiaba impresiones con sus administradores y regresaba al hogar en horas de la noche.

Este patrón de vida lo observó don Juan Cancio hasta cumplidos los 86 años. De ahí en adelante, sus próximos once años, hasta su fallecimiento, en octubre de 1951, discurrieron en el seno del hogar en la calle Paz, en Miramar. Sus restos mortales yacen en el cementerio de Lajas.

¿Qué opinan de don Juan Cancio Ortiz algunos de sus amigos y colaboradores? George P. de Pass, que fue Administrador de Correos de San Juan por muchos años, decía que don Juan Cancio Ortiz "...era el hombre más notable que él había conocido durante sus 39 años en Puerto Rico".

El Reverendo J. Will Harris, en una hoja eclesiástica circulada por la Iglesia Presbiteriana de la ciudad de Nueva York, escribía: "El (don Juan Cancio Ortiz) es el John Wanamaker de Puerto Rico". Agregaba: "A mi juicio ha tenido logros superiores a los de Wanamaker, considerando sus grandes adversidades".
Hay muchos otros testimonios igualmente elogiosos que sería prolijo enumerar. Afortunadamente, la vida y la obra de don Juan Cancio Ortiz, uno de los precursores de la enseñanza tecnológica en Puerto Rico, no habrá de echarse ingratamente al olvido por estas y venideras generaciones de puertorriqueños.

Francisco Lluch Mora, conocido hombre de letras y miembro de la Academia Puertorriqueña de la Historia, está trabajando en un libro biográfico sobre la vida de don Juan Cancio Ortiz. La obra estará en circulación hacia fines del año en curso, y debiera de figurar en todas las bibliotecas públicas y privadas del país.

A pesar de la valiosa contribución de don Juan Cancio Ortiz a la fundación del Instituto Politécnico de San Germán, hoy Universidad Interamericana, las oficinas centrales de esta institución, ubicadas en los Estados Unidos, han mostrado empecinada renuencia a hacerle a don Juan Cancio Ortiz el reconocimiento oficial que se merece.

¿Porqué?
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🗞Jesús Benítez, Redactor
Caricatura de Miche Medina
Periódico El Mundo, San Juan, PR

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